Hace 40 años, la última y sanguinaria dictadura militar decidió usar una causa genuinamente nacional como último y sanguinario recurso para mantenerse en el poder que usurpaba desde el golpe de 1976.
Para 1981, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se revelaba agotado. En diciembre había asumido Leopoldo Fortunato Galtieri como presidente de facto: su predecesor, Roberto Eduardo Viola, apenas había durado ocho meses en el cargo, jaqueado por las feroces internas de las Fuerzas Armadas y la crisis económica. Los diarios dan cuenta de que la inflación anual había superado el 130% y la deuda externa alcanzaba ya los 30.000 millones de dólares.
En los medios había estallado una polémica entre el general Emilio Eduardo Massera (miembro de la junta militar que derrocó a María Estela Martínez de Perón), quien decía que había una “lista de desaparecidos) y el general Carlos Guillermo Suárez Mason, que negaba tal cosa.
El gremialista Saúl Ubaldini advertía que ante la penuria económica, los trabajadores volverían a las calles; y los partidos políticos reclamaban la transición a la democracia. Pero los militares planeaban quedarse en el poder, incluso, hasta los 90. Y coincidieron en que la recuperación de las Malvinas, usurpadas por los británicos desde 1833, era el elemento que iba a aglutinar a los argentinos detrás de los “objetivos” del “Proceso”.
El 2 de abril de 1982 la “Operación Azul-Rosario” puso el archipiélago austral nuevamente bajo bandera argentina. Era el puntapié inicial para la que sería la última guerra convencional entre dos ejércitos regulares del siglo XX. Durante los 74 días del conflicto murieron 650 soldados argentinos. El 14 de junio, el comandante de las fuerzas terrestres inglesas, Jeremy Moore, aceptó la rendición del general Mario Benjamín Menéndez.
Los argentinos sabemos lo que significó para nuestro país esa conflagración. ¿Pero qué significó para las islas y sus ocupantes? ¿Qué huellas quedan allí de conflicto? LA GACETA recorrió las Malvinas en 2008 y encontró que en la isla Soledad, donde se llevaron a cabo los principales enfrentamientos, hay una dualidad en la superficie. En la pujante ciudad capital, dónde vive casi el 90% de los ocupantes, crece y diversifica su actitud comercial. Pero aún así, las huellas de la guerra están por todas partes.
Cambio de estatus
El conflicto del Atlántico Sur mejoró sustancialmente la situación para los ocupantes de las Malvinas (ellos les llaman “Falklands”). Dejaron de ser “de segunda clase” y consiguieron ciudadanía plena en el Reino Unido de la Gran Bretaña.
En las islas se vive un verdadero “Estado de Bienestar”: los trabajos, en la mayoría de los casos, incluyen “acomodación”, es decir, vivienda. Para los que, por la edad, se han acogido al retiro, el Gobierno de las islas les brinda pensión completa: disponen de cuatro “vouchers” diarios para cualquiera de los restaurantes de Puerto Argentino (que los ocupantes llaman “Stanley”).
La educación es gratuita y obligatoria desde los cuatro hasta los 16 años. Los niños de hasta 11 años concurren a la “junior school”, mientras que los mayores van a otro establecimiento, que es llamado Escuela de la Comunidad. Para cursar la “high school” y la universidad, los que deciden hacerlo deben instalarse en Inglaterra: el Gobierno de las islas cubre ambas colegiaturas.
La moneda es la “Falkland Island pound” y está fijado que su valuación es la misma que la de la libra esterlina. Hoy hacen falta 1,31 dólar para comprar una libra esterlina.
En las islas, según su censo de 2020, hay 3.398 habitantes. Un 16% más que en 2012, cuando sumaban 2.848. El censo de 2006 registró 2.478. Las cifras no tienen en cuenta al personal afectado a la guarnición militar, la base de Mount Pleasant, cuya cantidad nunca es consignada.
Para atender a los isleños hay un hospital totalmente equipado. En 2008 disponían de 28 camas de internación, una más para maternidad, y cuatro médicos disponibles las 24 horas para la consulta por accidentes. Si alguna situación no puede ser tratada allí, los pacientes son derivados por vía aérea a Chile, Uruguay o al Reino Unido. El gasto del gobierno en el sistema médico público y gratuito es de 6,3 millones de libras por año.
¿De dónde obtienen los recursos? Antes de la guerra, la cría de ovejas y la exportación de lana eran las actividades que sostenían la economía de las islas. Tras el conflicto, todo cambió.
La principal contribución a la economía de las Malvinas, según consigna la Guía para Visitantes que expone datos oficiales, proviene de la pesca, que en la temporada 2006-2007 había aportado 15,5 millones de libras esterlinas, por las licencias de pesca que los ocupantes de las islas concedieron a más de 30 países.
El turismo (sobre todo de cruceros) era la segunda actividad económica, con una porte de 5 millones de libras por año.
La tercera actividad económica es la construcción.
Sin maquillaje suficiente
En Puerto Argentino ya casi no quedan cicatrices de la guerra de 1982. Las casas, los edificios públicos y los sitios que fueron dañados durante las incursiones militares han sido restaurados o reconstruidos, según el caso.
El camino costero de la ciudad, y por el que transitaron los tanques del Ejército argentino, es hoy el asfaltado “Ross Road”, por el cual los vehículos transitan ocupando los carriles de manera inversa a cómo se usan en la Argentina. A contrapelo de los autos que suelen verse en el continente, los volantes están a la derecha del habitáculo delantero.
Pero a pesar del maquillaje urbano, los recuerdos del conflicto armado están en todas partes. Buena parte de ellos son la expresión de las conmemoraciones oficiales. Es decir, inglesas.
El exponente más visible, sobre el camino ya mencionado, es el “1982 Liberation Memorial”, construido como “un tributo a las fuerzas británicas y a los civiles que perdieron sus vidas” durante el enfrentamiento armado. Una enorme placa dice, en inglés: “En memoria de aquellos que nos liberaron – 14 de junio de 1982”. Detrás se levanta el edificio del “Secretariado”, donde se firmó la capitulación argentina, que la versión británica designa como “los papeles de la liberación”. Y, alrededor del monumento, están escritos los nombres de los 255 militares y los tres civiles que perecieron entonces. Por ellos, además, existe el “Memorial Wood 1982”, un bosque con 258 árboles.
Pero hay otras marcas, que escapan a la versión de la historia que cuentan los que ganaron. Algunas aparecen de repente, como el tanque mediano argentino que, en la visita de 2008, se encontraba literalmente estacionado al frente de una casa, ya sin las orugas. Otras surgen como si pidieran permiso, como los cañones del museo Britannia House.
Hasta que, finalmente, los vestigios no oficiales de la guerra terminan de manifestarse en la capital. Aparecen sin aparecer. Son las minas antipersonales, regadas por campos y más campos.
La nada y el todo
En lo que refiere a Puerto Argentino, las áreas minadas se encuentran, mayormente, en las cercanías de las playas. Y en las playas mismas. Es el caso de las anchas y desiertas arenas de la denominada Yorke Bay.
Pegada a ella está una de las playas más visitadas por los isleños, y que ellos llaman Gipsy Cove (“Ensenada gitana”).
Hay un sendero demarcado como acceso y, por todas partes, letreros escritos en rojo. Advierten que aunque la zona se encuentra libre de minas, aún puede quedar alguna enterrada. Por tanto, conminan a tener cuidado y no tocar ningún objeto sospechoso, cuya ubicación deben denunciar ante las autoridades.
El oprobio de la guerra cuela sus propias evocaciones sin necesidad de mármoles ni estatuas. Se calcula que hasta el 30% de la artillería empleada en la guerra se halla aún en suelo malvinense. Lo atestiguan, sobre todo, los escenarios de las cruentas “Batallas de Puerto Argentino”. En Monte Longdon, Tumbledown y Cresta del Telégrafo (Wireless Ridge) aún se pueden encontrar restos de envases de alimentos, de indumentaria y de armamento de las fuerzas argentinas.
En la capital, al espanto le alcanza con el Atlántico, que a unos pocos metros lame acompasadamente las playas de nadie.